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La verdad es que no sé qué hago aquí. Ese es el pensamiento que martilleaba en mi cabeza mientras escuchaba la charla de la organización, la tarde antes de la carrera. Cuerpos Danone a diestro y siniestro, miradas desafiantes, camisetas de finisher de todo tipo de triatlones y pruebas a cuál más exigente, exhibidas a modo de pedigrí, como diciendo “mira quién soy yo y dónde he estado”. Se habían apuntado 150 personas al triatlón de media distancia y sobre 400 al olímpico. Ante un número tan reducido, estaba casi seguro que, de acabar, sería el último o de los últimos. Poco me importaba.

Esta prueba la habíamos elegidos mis colegas de triatlón y yo a modo de examen para poner a prueba nuestra preparación. Pedro Vera y Raúl Molné competirían en mi misma distancia y Emilio Baeza y DavidGómez en la modalidad olímpica.

Nos despertamos el día de la carrera con el canto del gallo a eso de las 6:00. Reconozco que no había dormido casi nada. Me preocupaba lo extremadamente duro que es el segmento de bicicleta y la carrera a pie a tanta altitud, todo ellos aderezado por un calor insoportable. La hidratación iba a ser clave para minimizar la dureza de la prueba.

Una vez tragados los cereales, nunca mejor dicho, sin la más mínima gana, nos disponemos a salir hacia el pantano de Canales donde se disputaría la prueba de natación. Me da tranquilidad nadar en un pantano, por lo menos no hay olas ni medusas aunque hay rocas como la que casi me rompe el tobillo al entrar en el agua. Las boyas en todas las pruebas me parece que están muy lejos y pienso “madremía, llegar hasta allí”. Una vez la Guardia Civil da luz verde, se lanza la salida (…)