Me parece una hazaña y quiero saborear cada zancada de sacrificio, respirar el aire del deber cumplido y la pena porque se acaba otra aventura.
Corría el año 2010 y un servidor llevaba dos años levantado del sillón y dando un giro fundamental en mi vida. Había llegado a rozar los 100 kilos y una alarma se encendió en mi cabeza pidiendo un cambio, que por suerte se produjo. Recuerdo estar viendo por la tele la mítica carrera San Silvestre de Madrid, un 31 de diciembre, haciendo tiempo para dar cuenta del típico menú de Nochevieja.
Me cautivó el ambiente de la prueba, miles de corredores disfrutando por las calles de Madrid, y también recuerdo a unos de los comentaristas hablar del famoso MAPOMA (maratón popular de Madrid), de los atletas, del encanto de la maratón…y recuerdo abrir mi portátil y casi sin darme cuenta había introducido los datos de mi tarjeta y pulsado ENTER y recibir el email de confirmación: “Enhorabuena, te has inscrito a la maratón popular de Madrid”. No había vuelta atrás
Cuatro meses después y acompañado de mis amigos Manolo Villanueva y Pedro Vera, cruzaba la línea de meta en El Retiro de Madrid después de 3 horas y 56 minutos. Esa experiencia me cambió la vida, aunque tardé casi una semana en dejar de cojear por las agujetas y dolores infinitos.
Veintiséis maratones después, vuelvo donde empezó todo, vuelvo al Paseo de la Castellana. Esta maratón quiero disfrutar. Imagino que no seré el único deportista al que el ego, en ocasiones, empuja hasta el sufrimiento extremo con tal de arañar segundos al reloj. Hay demasiados observadores esperando el fracaso, pero hoy me van a dar igual.
Madrid amanece fresca pero el calor hará acto de aparición con el paso de las horas. El ambiente es impresionante en un ir y venir de personas en busca de los amigos con los que han quedado para correr. Se escuchan lenguas de todas las partes del mundo y me sorprende la juventud de los participantes, bien es cierto que hoy se corren los 10 kilómetros y la media maratón.
Se ven grupos de amigos ataviados con los mismos colores, alguna pareja que se abraza y besa a modo de despedida provisional, un “hasta luego” mientras con ese contacto buscan apaciguar nervios y ansiedades, o padres con hijos haciéndose la típica foto para el grupo de chat de la familia. Busco mi cajón, el 3 y caliento intentando poner en funcionamiento las articulaciones, los tendones y músculos que me tienen que llevar por Madrid.
A la espera del pistoletazo de salida
La hora de salida se acerca y los corredores nos apretujamos unos contra otros esperando el pistoletazo. Entonces, la animadora de la carrera hace un anuncio: “Desde el Rock and Roll Madrid Maratón, queremos pedir un minuto de silencio por el fallecimiento del Papa Francisco”. Todo se detiene. Nadie da saltos ni estira. Todos en silencio, hombro con hombro, mudos y pensativos. Los pelos de punta. No he visto nada igual en mi vida. “Gracias” y entonces, como un resorte, todo vuelve a ser la salida de una maratón internacional, y comienza la cuenta atrás: 5, 4, 3, 2, 1 y pam.
Salimos disparados y atrona en los altavoces una de mis canciones favoritas “The Trooper” de Iron Maiden. Esto no puede ser casualidad -pienso para mi mientras me seco las lágrimas con el dorso de la muñeca. Hoy va a ser un día genial. Subimos por La Castellana hacia las famosas 4 torres que gobiernan la ciudad. Euforia contenida entre los participantes, sabedores de lo que queda.
Esa va a ser la tónica, subir y bajar, con poco territorio llano. Es la carrera de los 100 ritmos diferentes, no como en las otras maratones donde hay rectas interminables y llanas para no pensar. Aquí no. Como te excedas en las subidas, lo vas a pagar al final, así que la estrategia es clara. No desfondarme subiendo, ritmo tranquilo pero constante y que todo el entreno de cuestas y preparando mis piernas con Lorenzo García, mi entrenador de fuerza haga el resto.
Bajamos por Bravo Murillo casi los 4 kilómetros que hemos subido antes. La calle es ancha y la temperatura ideal para correr por las principales arterias de Madrid, esas que siempre hemos transitado sobre ruedas y en medio del caos, pero hoy es de los corredores. Enfilamos Francisco Silvela, Manuel Becerra, Narváez y bajamos por la calle Goya, kilómetro 14.
Justo en el lado derecha veo a alguien conocido, mi hija Lucía que con la mano puesta en la frente, intenta protegerse del sol para intentar verme. Levanto los brazos como el náufrago que busca que lo rescaten y nos abrazamos con fuerza al llegar a su altura. “Muchas gracias por venir a apoyarme Lucía”. Sonríe como sólo ella sabe y nos despedimos con las pilas cargadas.
Giramos Goya y enfilamos una cuesta que pica en Velázquez; usamos la técnica para los ascensos: bracear a tope para impulsarnos, cuerpo ligeramente hacia adelante y zancada más corta. Al llegar a la mitad, mi mujer Ana es la siguiente recompensa. Abrazo y beso como está “mandao” y la promesa que ella corra la media maratón el año que viene. El callejeo por la capital continúa con subidas y bajadas hasta que por fin llegamos a uno de los puntos calientes, Callao, Preciados y Sol. Cada vez hay más gente en la calle animando y aquí es la primera vez que se me eriza el vello. Es en Sol cuando los de la media maratón se desvían hacia Cibeles y nosotros seguimos hacia la Casa de Campo.
Media maratón y las sensaciones son buenísimas pero sé que ahora viene la parte chunga. La calle Princesa tiene un desnivel que no veas, y en qué me veo para coronar a un ritmo medio decente. Entramos en la Casa de Campo. Si salimos vivos de aquí estará casi hecho.
Comienza en ligera subida que parece que no, pero a estas alturas, pica bastante. El terreno es sinuoso y rompepiernas junto con una menor animación, hace que el factor mental de la maratón sea decisivo: o te hunde o te saca a flote. Después de 26 maratones mi factor mental es uno de mis fuertes. Pienso en todos los sacrificios que he realizado, los amaneceres, el viento, el sueño, cansancio y la satisfacción, en sentirse pleno mental y físicamente. A estas alturas, en el año 2010 iba cojeando porque me dolía la rodilla, con un calor sofocante y sin saber a qué me enfrentaba en la parte final, era mi primera maratón.
Esos 8 kilómetros de la Casa de Campo son la reválida más importante de esta maratón y voy completando kilómetro tras otro hasta el 34 donde una cuesta del 7% despide esta parte del recorrido. “Esta me la acabo” -me autoconvenzo sabedor de los 8 kilómetros que me quedan. Madrid Río y nos acercamos hacia Atocha, pero todo es para arriba. La verdad es que estoy sorprendido de lo bien que me encuentro a nivel muscular sobre todo y a nivel de preparación. Los ritmos son calcados de un kilómetro a otro y la frecuencia cardíaca no se resiente así que, gracias “mister” Tomás por tu planificación tan milimétrica.
Rodeo la Cibeles y veo la meta. Es mi meta número 27. Me parece una hazaña y quiero saborear cada zancada de sacrificio, respirar el aire del deber cumplido y la pena porque se acaba otra aventura. El ambiente es brutal. La animación de la carrera se afana en nombrar a todos los que cruzamos la meta a modo de pequeño tributo.
Cruzo la línea en 3 horas 16 minutos y 50 segundos. He tardado 40 minutos menos que hace 15 años; parece que vamos mejorando con los años. Decidí cambiar el ego por el disfrute, la ansiedad del crono por empaparme del ambiente, la obligación de los ritmos por la libertad de las sensaciones. Gracias Madrid. Sin duda, nos volveremos a encontrar.