A mayor capacidad pulmonar y resistencia en el ejercicio, menor riesgo de hospitalización por COVID-19.

Gracias a mi amiga la Dra. Sofía García Ordóñez, gran intensivista y apasionada de la bicicleta, cayó en mis manos un artículo interesante. Su envío de wasap con dicho texto venía acompañado de un comentario: “Estamos protegidos” y un emoticono con los dedos dibujando el signo de la victoria. En un primer momento no supe el motivo de dicho mensaje, pero en cuanto leí el artículo lo tuve claro.

Está publicado en la Revista de la Clínica Mayo y el título traducido sería “A mayor capacidad pulmonar y resistencia en el ejercicio, menor riesgo de hospitalización debido al COVID-19”, es decir, cuanto más en forma está una persona, menor riesgo de acabar en el hospital debido al coronavirus dichoso. El artículo es muy interesante porque revisó todos los pacientes que se habían realizado una prueba de esfuerzo en el hospital entre el 2016 y 2020, alrededor de 1300 personas.

Luego seleccionaron aquellos que dieron positivo frente al COVID-19, 246 pacientes. De esos, el 36% acabaron en el hospital y únicamente falleció el 1% del total de ingresados. Hay que decir que los que se realizaron la prueba de esfuerzo no eran deportistas, eran personas que habían sufrido algún problema de salud y el cardiólogo le había prescrito la prueba para ver su capacidad pulmonar, los valores del electrocardiograma a la hora de la prueba, si aparecía dolor o no en el pecho, o si la tensión arterial subía o bajaba de forma anormal.

El rango de edad de los pacientes que se realizaron el test comprendía entre 47 a 72 años, y las patologías previas que presentaban fueron hipertensión arterial, niveles altos de colesterol, diabetes u obesidad. De los 246 pacientes que se contagiaron, los que acabaron ingresados fueron aquellos con peores valores en el test de esfuerzo: menor capacidad pulmonar, menor resistencia a la fatiga, peor resultado en el electrocardiograma.

Es decir, aquellos con un estado de salud más deteriorado. Sin embargo, aquellos con mejores cifras en la prueba, sorteaban la enfermedad sin sufrir ningún contratiempo serio. El motivo del efecto protector del ejercicio regular frente al COVID-19 y sus complicaciones es el estímulo para el sistema inmune que supone una función cardiopulmonar adecuada, reduciendo el efecto de la tormenta inflamatoria que desencadena la enfermedad y cuyo objetivo son los pulmones sobre todo.

Esta función cardiopulmonar se usa como test para valorar el riesgo que tiene un paciente frente a una anestesia general. Cuanto más pobre sean los valores obtenidos, peor es el pronóstico y más altas son las posibilidades de sufrir una complicación de algún tipo.

¿Qué podemos hacer frente al COVID-19?

Hay factores de riesgo que podemos mejorar, independientemente de la edad, sexo o de cualquier otra situación: el sobrepeso y el sedentarismo. Esos dos factores junto al sexo masculino y otras enfermedades crónicas, son las que se asocian a un mayor número de complicaciones una vez se infecta el paciente. Las enfermedades que ya tenemos, podemos evitar que se desajusten como es el caso de la tensión, el azúcar o el colesterol. Pero sí que podemos mejorar lo otro. Podemos hacer ejercicio.

Además, la actividad física debe ser practicada entre 3 o 4 veces por semana, al menos. Pero esto debe ir acompañado de una alimentación correcta y equilibrada. Una dieta saludable nos ayudará a rendir más y mejor, a que el peso se vaya perdiendo más rápidamente, nuestro tránsito intestinal será más fluido y los parámetros metabólicos como el azúcar en sangre, colesterol o parámetros hepáticos y renales se acerquen a los valores normales.

Es vital reducir las grasas no saturadas, los azúcares refinados, la leche entera entre los adultos, debiendo ser sustituida por leche de soja, de avena o coco, o desnatada si preferimos la de vaca. Debemos aumentar nuestra ingesta de verduras de todo tipo por su gran poder antioxidante, frutas y zumos naturales, aumentar el consumo de fibra como la que podemos obtener con la avena, el lino o el centeno en cada desayuno, lo que además de la fibra, estos carbohidratos de acción lenta nos van a permitir mantener constantes y altos los niveles de glucosa en sangre y no seremos dados al famoso “picoteo”.

Es imprescindible acostumbrarnos a comer 5 veces al día; eso hará que nos precisemos grandes ingestas de comida en las comidas principales del día. Comer menos y mejor cantidad es el mejor complemento para la actividad física regular y continuada. El ejercicio al aire libre hará que los valores de nuestra vitamina D sean los adecuados, porque como ya comentamos con anterioridad, los pacientes que asocian complicaciones tras infectarse son aquellos con valores de vitamina D por debajo de lo normal.

¿Por qué es importante el ejercicio físico regular?

Vivimos en una sociedad estresada y estresante, con un ritmo acelerado de trabajo o pero aún con la preocupación de su posible pérdida. Padres y madres suelen trabajar a diario y llegan tarde a sus hogares. No queda tiempo para el autocuidado; el sedentarismo, la mala alimentación, el estrés y algún factor de riego cardíaco como el colesterol, la hipertensión arterial, la diabetes, la obesidad, el tabaquismo comienzan lentamente a pasar factura. Este es el motivo de que los eventos cardiovasculares (como el infarto de miocardio) aparezcan cada vez a edades más tempranas.

Nuestras vidas son cada vez más complejas y, junto a esta excesiva presión laboral nos topamos con otra relativa a la moda, por la cultura del físico, la preocupación por la salud y la pasión por hacer deporte.

Es el momento de cuidarnos, de mirar por nosotros, de salir a caminar, de evitar el sedentarismo, eso sí, con todas las medidas de prevención adecuadas (mascarillas, distancia..). Muchos de nuestros mayores no salen de casa por miedo, pero hay que animarles a controlar la alimentación, exponerse al sol y no dejarse llevar por el sedentarismo. Todo ello les alejará del hospital cuando llegue el momento, si es que llega.