Son cientos de kilómetros que van poco a poco moldeando el cuerpo, adaptando la mente y preparando la biología para esos 42 kilómetros y pico.

Correr una maratón no es sencillo. No es el hecho de meterte 42 kilómetros y pico entre pecho y espalda. No. Tampoco es el hecho del castigo articular, muscular o tendinoso. No. Es sobre todo el entrenamiento, el estar meses y meses corriendo, sin importar si hace viento, la humedad, si es julio o agosto, si te has resfriado o ese día vienes de trasnochar, una boda o la feria. Meses madrugando o cerrando el día corriendo. Da igual, tienes que correr. Fin.

Son cientos de kilómetros que van poco a poco moldeando el cuerpo, adaptando la mente y preparando la biología para esos 42 kilómetros y pico. Cualquier persona en su sano juicio diría: “¿Qué necesidad tienes en hacer eso?” Y seguramente lleven razón. Tendría que explicarles que después de 27 maratones, el correr una maratón es una filosofía de vida. Suelo prepararme 3-4 carreras al año. Es como si necesitara un dorsal en el horizonte para tener la motivación suficiente que te permita entrenar y combinarlo con el trabajo, la familia y la vida social. Digamos que lo tengo automatizado y busco maratones en primavera para entrenarlas en invierno y las de otoño para prepararlas en verano

Después de Madrid en abril busqué una maratón llana en Europa que me permitiera intentar bajar tiempos ya que poco a poco me he ido encontrando muy bien desde el punto de vista de la forma física: más delgado, más trabajado muscularmente y mejorando tiempos en distancias y series respecto a años anteriores. Incluso tenía en mente una pequeña locura: intentar bajar de 3 horas.

A favor del argumento están mi experiencia en la distancia, ya he completado 27 maratones. Que el tiempo en Frankfurt se espera fresco, después de todo el calor que hemos pasado este verano, y que tengo curiosidad, no miedo ni nervios, curiosidad. Me fascina la idea de cómo se ha adaptado mi organismo al entreno, a las sesiones de fuerza con mi amigo Loren, a los madrugones por Roquetas de Mar en compañía de Francis, haga calor, Levante o no apetezca

Cumplir a rajatabla con todas las sesiones

He cumplido a rajatabla todos y cada uno de las sesiones, sin rechistar, en busca de algo que jamás en la vida hubiera podido soñar. Esa ilusión es la que me ha “dopado” cada día, la que me ha impulsado a levantarme cuando la mente tiraba de uno hacia la cama, cuando las agujetas aún no habían desaparecido, cuando mirabas en planning de series de ese día y la palabra que lo podría resumir es sufrir. Lo del tiempo fresco en Frankfurt se fue un poco de las manos.

El día de la carrera es espera una temperatura máxima de 9 grados y mínima de 6. Yo le habría metido algún gradillo más. Para más inri, un vientecillo de ese que se queda dentro del cuerpo que ríete tú del Levante de Almería. Pero hemos venido a correr, independientemente de las condiciones que haya. Para todos son iguales. No soy yo de quejarme, para nada. A mis 54 tacos, si hace unos años alguien me hubiera dicho que yo estaría en la línea de salida de mi maratón número 28, le diría que dejara las drogas o el alcohol.

Frankfurt es la quinta ciudad de Alemania con una población de casi 700 mil almas. Es una mezcla de modernidad (los rascacielos y el centro financiero) y la zona más clásica que es el centro y cerca del río. La maratón comienza a las 10 que con el cambio de hora serían las 11 del día anterior. Una mañana fría con los rayos de sol que tímidamente asoman entre las nubes y un viento bastante desagradable. El ambiente en la salida es como siempre: ajetreo, nervios, olor mezcla de lilimento y sudor y gente yendo y viniendo.

Decido correr con manguitos para los brazos, una braga para el cuello y doble camiseta de tirantes, la interior para que empape el sudor y deje la camiseta de fuera seca. Ana, mi mujer, me espera apoyada en una valla mientras le doy toda la ropa de abrigo que he llevado hasta la salida. Me pone cara como diciendo “no me cambiaría por ti ni de coña con la rasca que hace” pero hemos venido a correr. Salimos disparados e intento mantener un ritmo constante hasta que de despeje la aglomeración de la salida.

Los primeros kilómetros son un manojo de curvas a derecha e izquierda, pero con calles anchas. Los kilómetros van cayendo uno tras otro, pero el objetivo de acercarnos a las 3 horas se va diluyendo poco a poco. Tengo que ser realista y hoy no va a ser el día. Las avenidas son amplias y apetece correr. Intento buscar grupos de corredores para infiltrarme entre sus miembros y resguardarme del frío y del viento, pero no logro hacerlo ya que unos van lentos para mi y otros demasiado rápido, por lo que dejo que los kilómetros vayan trascurriendo mientras mantengo la concentración en la respiración y el ritmo.

Tomo mis geles y me hidrato como he hecho siempre, pero en el kilómetro 36, mi cuerpo da un bajón. Hasta ahí, mis pulsaciones medias eran 148 pero de repente, pasan a 163. Las piernas me duelen y el ritmo se ralentiza. Tengo una sensación de vacío que no sé explicar, y eso que había tomado un gel con cafeína un par de kilómetros antes. Me concentro porque estoy sufriendo y me doy cuenta que los 4 kilómetros que me quedan los voy a tener que pelear. El frío. El frío, sobre todo cuando la temperatura es inferior a los 10 grados, ha hecho que el glucógeno muscular, la gasolina que tiene el hígado y los músculos para poder sobrellevar la maratón, se ha empleado en calentar mi cuerpo. El cerebro ha priorizado el mantener la temperatura corporal a dar de comer a los músculos. Resultado: pájara monumental.

Sin embargo, tiro de oficio y el ritmo no se me va más allá de los 5 minutos por kilómetro. Veo la meta y veo a Ana que me espera con ansia apostada en una valla a escasos metros de la meta. Le doy un abrazo, agarro con fuerza la bandera de España y cruzo la meta en 3 horas, 11 minutos y 31 segundos, exhausto. Es un tiempo magnífico, pero me queda un ligero sabor agridulce de saber si con un poco menos frío hubiera cambiado el escenario. Pero qué más da ¿no creen? Todos los que tomamos la salida somos unos privilegiados, y eso nunca se debe olvidar. Nunca.