• Hay que dosificar los esfuerzos, ir acostumbrando a la anatomía a volver a sufrir, al esfuerzo y a pelear contra la gravedad.

     

     

    Estaba un poco nervioso el día de antes. Saqué mi equipación favorita del armario, cargué la batería del pulsómetro, preparé las zapatillas y lo dispuse todo como siempre, como hice la última vez que corrí que fue el 12 de marzo. Puse el despertador a las 7 de la mañana como un día de diario aunque fuese sábado. Las autoridades por fin dieron luz verde para salir a correr, eso sí, en una franja de horario reducida, desde las 6 de la mañana a las 10 y por la tarde de 20 a 23 horas. No me importa madrugar para hacer deporte, de hecho, ver amanecer mientras corres es uno de mis momentos favoritos. Te carga de energía para toda la jornada, aleja las preocupaciones y los malos rollos y saca lo mejor de uno.

    Al haber estado confinados tantas semanas, no sabía cómo iba a responder la gente: salidas en masa, aglomeraciones o como en los San Fermines, todos a la carrera. A las 7 en punto salía ya de casa y el sol despuntaba perezoso por la Sierra de Gádor. Nadie. Comencé a trotar, como el que no ha montado en bici durante una temporada y tiene miedo por si se le ha olvidado. Las piernas comenzaron a desperezarse protestando con ligeras molestias, los gemelos acortados por tantas semanas de inactividad se estiraban a regañadientes y el corazón subió de pulsaciones demasiado rápido. Daba igual. Estaba corriendo. Una sonrisa de oreja a oreja recorría mi rostro. Un pasito más hacia la normalidad, un pasito más hacia volver a recuperar nuestra rutina, eso que hacíamos sin darle la menor importancia y que ahora añoramos tanto. Rompo a sudar pronto y las sensaciones son alucinantes.

    Conforme avanzan los minutos comienzo a ver personas caminando. Estoy muy pendiente y cambio de acera para evitar el más mínimo contacto con otras personas. No hay problemas de aglomeraciones pero nunca he visto tanta gente caminando donde vivo, lo cual sí me sorprende. Jóvenes, mayores, gente de mediana edad se han echado a la calle. Algunos incluso se atreven a trotar y darse una carrerita. Las miradas desconfiadas abundan cuando nos cruzamos. Se respeta la distancia social sin problema y así todos tranquilos. Han sido 10 kilómetros raros. Por un lado, la sensación tan increíble de volver a correr en un espacio abierto. Por otro lado, la forma física está por el suelo. Lo que cuesta ganarla pero qué fácil es perderla. Me preocupa cero. Todo llegará con trabajo, esfuerzo y sacrificio.

    Por la tarde, cuando los músculos, ligamentos y articulaciones reaccionaron al esfuerzo, parecía que tenía las piernas de hormigón, esa típica sensación de dolor y agujetas después de haber terminado un pedazo de entreno, solo que ahora ha sido tras 10 kilómetros a ritmo muy tranquilo. Es el primer día. Aunque estoy frito por correr, el día siguiente bicicleta. Hay que dosificar los esfuerzos, ir acostumbrando a la anatomía a volver a sufrir, al esfuerzo y a pelear contra la gravedad. Cualquier precipitación puede ser fatal. Tenemos tendencia a desarrollar tendinitis con mucha facilidad, derrames articulares sobre todo en rodillas y alguna lesión muscular.

    Esta semana he visto pacientes que ha sufrido diferentes molestias y dolores al salir a la calle. Hay dos regiones anatómicas estrella que más he visto esta semana. La primera es la rodilla y la segunda es la columna, por orden de frecuencia. La rodillaha sido la región anatómica que más veo normalmente, pero esta semana se han disparado los casos, sobre todo entre las personas mayores. El confinamiento ha causado un retroceso muscular, articular y de calidad ósea muy severo en los más mayores. A pesar de insistir en que se movieran, muchos no han podido y se ha notado. Cuando una articulación no se usa y si además hay artrosis, se generan varias situaciones:

    Atrofia de la musculatura lo que provoca debilidad y acortamiento de ellos. Es frecuente tener que dormir con un cojín debajo de la rodilla.

    Descalcificación del hueso. El estímulo que supone la carga de peso sobre las articulaciones beneficia al hueso, incrementa el aporte sanguíneo y si llega más sangre, también lo hace el calcio, el oxígeno y los nutrientes.

    Cartílago. Al ser la estructura que protege a las articulaciones como si de una funda se tratase. En articulaciones artrósicas en las que el cartílago es muy delgado y en ocasiones inexistente, la movilidad supone un estímulo para las células que quedan sanas. Es normal que se puedan notar crujidos o chasquidos en las articulaciones, sensación de tener “arenilla”.

    Receptores nerviosos. Son los encargados de conectar las articulaciones con el cerebro. Si perdemos el equilibrio, por ejemplo, estos receptores mandan una señal nerviosa al cerebro y éste reacciona activando diferentes músculos y articulaciones para evitar la caída. Cuanto menos hayamos caminado o estimulado estos receptores, peor capacidad de reacción tendrán, más mala será la coordinación entre la cabeza y el resto por lo que es más fácil es sufrir una caídaLa otra región anatómica que ha sufrido más de la cuenta esta semana ha sido la columna. El razonamiento es similar al comentado para la rodilla, pero sobre todo es la descalcificación y osteoporosis. Aquí se ha añadido otro efecto secundario del confinamiento: la falta de exposición al sol. Si no tomamos el sol, la vitamina D no se produce en la piel y entonces el aporte de calcio al hueso disminuye, y el riesgo de fractura aumenta. He atendido muchas pacientes, siempre mujeres, con dolor en la zona dorsal de la columna que se ha incrementado al retomar la actividad. Los huesos deben comenzar a soportar el peso de nuevo y al haberse debilitado por un menor aporte de calcio al hueso, se provocan microfracturas en las vértebras, ocasionando un dolor importante. Una dieta variada y rica en calcio, un aporte extra de calcio y vitamina D ayudan a revertir esta situación. Otra semana más estando sanos, seguimos adelante.