El jugador manacorí sufre la lesión de Müller-Weiss.

 

Todo el mundo pagó un precio debido al confinamiento. El sobrepeso hizo el agosto, la actividad física descendió de manera exponencial, los niveles de colesterol, azúcar y tensión arterial se desbocaron, la ansiedad y depresión aumentaron, en fin, un desastre. Ayer escuchaba a Nadal mientras lo entrevistaba Bertín Osborne.

Una de las preguntas fue acerca del confinamiento de marzo debido al COVID-19. Todo el mundo sabe el calvario de Rafa con las lesiones, sobre todo, las relacionadas con los tendones, a saber, de rodilla, de la muñeca… La respuesta a la pregunta fue obvia: “para mis tendones, el reposo de la actividad deportiva le vino genial a mis rodillas. Pero para mi pie fue horrible. No podía caminar. Tardé meses en poder coger el nivel. No sé lo que es jugar sin dolor, por unas cosas o por otras”.

El motivo, una lesión de un hueso con nombre raro que es sobre el que asienta todo el peso del cuerpo y estabiliza el arco del pie gracias a que en él se inserta el tendón más importante de la cara interna del pie, el tibial posterior: el escafoides. Y su lesión tiene una denominación aún más poco familiar: enfermedad de Muller-Weiss.

¿Qué es la lesión de Müller-Weiss?

A medida que un deportista entrena, sobre todo los deportes relacionados con el impacto como atletismo, saltos como el baloncesto o fútbol, las células óseas remodelan y modifican el hueso para acomodarlos a las tensiones que sufren durante la carga y el apoyo en el ejercicio. Es un mecanismo de adaptación. El cuerpo trata de reforzar la zona donde se soportan mayores cargas y tensiones, llevando más cantidad de calcio, buscando que ese hueso sea más resistente.

Suelen ser en huesos de articulaciones de carga como los tobillos, pies, rodillas o caderas. El escafoides es un hueso clave en el pie. Si la forma de dicho hueso no es la adecuada porque existe una malformación (el caso de Rafa), ese hueso se deforma y comienza a romperse. Puede comenzar con una pequeña grieta, la tan frecuente fisura, que con el reposo y tratamiento adecuado, consolida correctamente y no va a más. Sin embargo, el hueso puede ceder y el pie se transforma en un pie plano, provocando una sobrecarga en todo el arco del pie, además del tendón que se inserta en dicho hueso, el tibial posterior. La palabra que resume todo eso es dolor.

Pero si no es diagnosticada o es infravalorada, puede dar lugar a una fractura con todas sus consecuencias. El hueso, a pesar de intentar reforzarse con calcio extra, no es capaz de aguantar las sobrecargas repetidas un día tras otro y al final, un pequeño traumatismo lo fractura. Es lo mismo que cuando doblamos un alambre de forma repetida e insistente. Al principio se calienta y si somos pacientes, seremos capaces de romperlo por muy resistente que éste sea.

El paciente nota dolor, de aparición progresiva, relacionado con el esfuerzo y que cede cuando descansamos. Si progresa el cuadro, el dolor es continuo. Se aprecia al palpar una zona dolorosa con inflamación local.

Si hacemos una Rx en las primeras fases, es posible que no veamos nada, pero a las 2-3 semanas se apreciará un callo de fractura como si hubiéramos tenido una lesión en el hueso pero sin trauma previo. La gammagrafía también puede ayudar en el diagnóstico. En los casos más severos, tras un traumatismo mínimo, la tibia o el hueso del pie se fractura, de forma completa, requiriendo una intervención quirúrgica para solucionarla.

¿Cómo se trata?

El tratamiento en las fases iniciales, si es una lesión muy pequeña, consiste en parar la actividad deportiva, aplicar tratamientos locales que ayuden a acelerar la consolidación como la magnetoterapia y suplementos de calcio y colocar una plantilla que cambie biomecánicamente el peso hacia la parte externa. Al cabo de 4-6 semanas, la fractura puede estar resuelta y el deportista puede iniciar su actividad deportiva de menos a más.

En el caso en el que ya hay una fractura de mayor entidad, que nos haga sospechar de una fractura más grave de forma inminente, o bien, ésta ya se haya producido, con el consecuente desplazamiento de ambos fragmentos, el tratamiento indicado consiste en cambiar la manera de apoyar el pie, quitarle protagonismo a la zona del arco y hacer que la parte sana del pie, la externa. Nadal debido a la inactividad durante esas dos semanas, produjo una reducción del aporte sanguíneo de la zona, una descalcificación y un debilitamiento del hueso, ya de por sí en malas condiciones.

Y después, ¿qué?

Hay que ser cauto a la hora de la reincorporación. La biología del cuerpo humano necesita su tiempo y no podemos pretender buscar atajos que puedan perjudicar la recuperación del paciente. Si nos precipitamos, se puede formar un callo óseo de mala calidad y correr el riesgo de una nueva fractura cuando el paciente vuelva a someter a su pierna a un estrés continuado debido a su disciplina deportiva. La tendencia más novedosa es intentar “ayudar” a las células formadoras de callo óseo, mediante la inyección directa en el foco de fractura de plasma rico en factores de crecimiento.

Ya se ha comentado en esta sección las propiedades. Consiste en la infiltración de concentrado de plaquetas (células reparadoras por excelencia del organismo) en la zona donde hay una lesión. Lo que produce es un aumento de la actividad de reparación y que se active una respuesta por parte del organismo, más efectiva. Puede dar lugar a un menor proceso inflamatorio y doloroso tras la intervención y que la recuperación discurra por cauces más eficientes.

Lo que vino bien para sus tendones, fue un descalabro para el hueso. Cambiando la manera de apoyar el pie junto al tratamiento biológico, Rafa pudo recuperar su pie y ganar más torneos.

Si no se logra recuperar el hueso, hay que cambiar la manera de apoyar el pie mediante osteotomías (cirugías que modifican la carga mediante de forma permanente sin necesidad de llevar plantilla).