• La Maratón de Sevilla, celebrada el pasado domingo, fue la vigésima en la que participo
  • Corro por evasión, con el beneficio emocional y físico que tiene.

 

Es la pregunta que me hace mucha gente, bien cuando acuden a la consulta y ven las medallas que decoran mi despacho, bien cuando ven alguna publicación en redes con mis entrenos y mis tiradas largas por Roquetas junto a mi inseparable Francis o porque han leído alguno de mis libros.

La razón principal se puede definir con una sola palabra: evasión. Este sustantivo se refiere a aquellas actividades de cualquier naturaleza que te ayudan a escapar del estrés o de la rutina

Los expertos hablan de dos tipos de evasión, la expansiva y la supresora. La expansiva tiene un concepto positivo: es el beneficio emocional y físico de correr. Todas las ventajas de mejora del estado de ánimo, del carácter, del descanso y de la capacidad que supone el deporte de sacrificio. La otra, la supresora es la que te hace correr para luchar contra los problemas y desafíos que te plantea la mente, para intentar suprimirlos, pisarlos, dejarlos atrás. Como dice un amigo mío, esos problemas que te esperan sentados en la cama, por la noche, cuando te levantas para ir al baño y que no te dejan dormir.

En mi caso, hay una mezcla de las dos. No es que yo sea la persona con más estrés del mundo, pero tengo mi dosis diaria a la que tengo que hacer frente, como cualquiera, y he descubierto que correr, que pelear y entrenar por esos 42 y pico kilómetros, me ayuda y me refuerza; me hace más fuerte, más capaz, más tranquilo y mejor persona.

En todo eso pensaba el domingo pasado a eso de las 8:25 horas en una mañana fresca en Sevilla e intentando activar las piernas para lo que venía. Maratón número 20, número redondo.

«¿No estás nervioso?», me pregunta Jorge, mi amigo y paciente que ha venido desde Minesota para correr su maratón numero 39. «La verdad es que no. Estar aquí es una suerte para un corredor. Es el premio a muchas mañanas de frío, de lluvia, de sueño, en la que dejas todo para salir a correr. Hasta la Guardia Civil que patrulla los amaneceres se sorprende que haya dos zumbados haciendo series como si hubieran robado algo. Ya nos conocen», respondo.

Por otro lado no estoy nervioso en esto. Hay situaciones que sí me hacen estar intranquilo: ver una resonancia que va a cambiar la vida de esa persona en cuestión de segundos y tener que explicárselo; cuando tienes que visitar un tanatorio o dar el pésame a una familia devastada por el cáncer o si el resultado del tratamiento en el que has puesto tus cinco sentidos, no funciona.

Correr una maratón es una suerte, no un estrés. Las últimas dos semanas han sido muy estresantes. La visita del médico americano Steve Sampson, muchos pacientes para INOCA y un par de cirugías largas tres días antes de la carrera, han hecho que no pueda disfrutar como se merece la llamada semana de la maratón. Veremos a ver las piernas.

Tres, dos, uno y pam… Salimos disparados. Música atronadora y el speaker que intenta motivarnos a golpe de arenga y David Guetta. No tengo un objetivo claro pero sí una estimación: en un día increíblemente inspirado, sobre 3 horas y 5 minutos. En un día normal, 3 horas y 10-15 minutos.

Los primeros kilómetros pasan despacio. Son los peores de la carrera. Las piernas, el corazón y la mente necesitan unos minutos para calentarse, como los neumáticos de un Fórmula 1. Tardo cuaro kilómetros en alcanzar el ritmo en el que voy cómodo y es cuando pongo el piloto automático.

El peligro de la maratón es dejarte llevar por la euforia cuando te encuentras bieny rodar a ritmos excesivamente rápidos; al final se paga. Tienes que ser un autómata, un robot, sin emociones ni locuras. Que los ritmos sean una línea continua y recta, al contrario que subidas y bajadas como los dientes de una sierra.

Sevilla para eso es la maratón ideal. Avenidas largas y rectas, que nunca se acaban pero de un desnivel cero, que permiten mantener ese ritmo constante que todo maratoniano agradece. Muy diferente a Nueva York, donde los puentes y las cuestas literalmente te destrozan las piernas y las reservas.

 

El ambiente es estupendo. Mucho público apoyando a sus familiares o amigos o simplemente curiosos que aplauden al paso de los esforzados del asfalto. Muchas mujeres corriendo y a muy buen ritmo habla mucho de lo que supone el maratón. Todo el mundo quiere correr sin importar la edad o el sexo. Si tienes un cuerpo, eres un atleta y eso constato hoy.

Me coloco al ritmo de 3 horas 15 minutos y voy dentro de un grupo de corredores liderado por la liebre de esas 3 horas y pico. Es cómo ir protegido y rodeado de gente con la misma inquietud y fuerzas.«Señores, nos acercamos al campo del Betis, aquí es donde empieza la maratón, en el kilómetro 31, hasta ahora sólo hemos calentado», grita Francisco (así creo que se llama) para que todo el grupo le escuche. Ahora cabeza y a disfrutar el que pueda. Este es el ritmo hasta el final.

Me encuentro genial. No estoy cansado y me he hidratado como siempre. Adelantamos a gente que no ha sabido ahorrar o que simplemente están peor preparados. Uno tras otro vamos devorando los últimos kilómetros y llegamos a la Plaza de España. El ambiente es de una maratón olímpica con gritos, aplausos y vítores que hacen que te sientas importante.

Un espectador sujeta una bolsa de churros y los va ofreciendo a los corredores. Todos le miramos, reimos pero nadie coge uno, lo que frustra (en broma) al buen señor que grita: «Se gasta uno el dinero pa ná. Nadie se toma ningún churrillo, así que me los tendré que comer yo».

Faltan dos kilómetros y ya voy casi sin gasolina. Por muy preparado que estés siempre hay hueco para la épica en una maratón. Y ésta se da en los últimos kilómetros. Voy mirando hacia el suelo esperando el pitido de mi pulsómetro que indica el último kilómetro cuando escucho: «¡¡¡Ese es mi hermano!!! Daleeeee. ¡Qué bien vas! Ánimo… Estoy orgullosa de ti». Es mi hermana Ana, gritando como una poseída. Se coloca a mi lado corriendo y chillando, con bolso, abrigo y zapatos. Se me saltan las lágrimas y salgo disparado, como su me hubiera clavado una inyección intramuscular de motivación.Ya no duelen las piernas, no sientes las rozaduras ni el cansancio. Ya eres tú y la línea de meta. Nadie se interpone, nadie te obstaculiza. Esos problemas se han quedado atrás, esas dudas, esos miedos se han quedado tirados en las calles de Sevilla.

Una vez más, la mente ha podido con el cuerpo. Próximo objetivo, maratón de Londres.