- El declive viene aparejado a la pérdida de peso, disminución de las funciones mentales y un aislamiento social, pudiendo incluso llevar a la muerte.
Todos conocemos a alguien que lo ha sufrido y más debido a la pandemia. Se trata de una persona que ronda los 80 años, que se encuentra razonablemente bien, ágil, bien de mente y que es autosuficiente para sus actividades de la vida diaria. Sin embargo, y a raíz de un acontecimiento concreto como puede ser una viudez repentina, una caída, una enfermedad que le obligue a la hospitalización (una simple diarrea, que provoque deshidratación), causa el típico bajón. Los familiares y amigos comentan que esa persona ha dado un bajoncillo desde eso que ha ocurrido.
Tras la pandemia lo hemos visto de manera muy clara en nuestros mayores. Ese miedo a la enfermedad, el encierro, la ansiedad han provocado que muchos mayores dieran ese bajón y ya no fueran los mismos. Mi padre sin ir más lejos conducía perfectamente a sus 84 años. Fue salir de la pandemia, mermar los reflejos y sus facultades para estar atento, y le dio miedo. Consecuencia: vendió el coche y alquiló su plaza de garaje
¿En qué consiste el síndrome del declive?
Es un conjunto de síntomas que acompañan al deterioro físico y mental de una persona mayor y que aparecen tras un acontecimiento que el cuerpo y la mente de estas personas no es capaz de superar. Se producen grandes pérdidas funcionales ante pequeños cambios, que, en condiciones normales, no tendríamos problemas en solventar. Pero ahora, los órganos y sistemas del cuerpo parecen agotados y no son capaces de remontar el partido.
Cuando nos caemos, o al tener una enfermedad o sufrir una desgracia, el cuerpo y la mente reaccionan intentando sobrellevar y superar esta situación. Entre ellas pueden estar:
- Infecciones como el caso de respiratorias tipo bronquitis, neumonías; urinarias o gastrointestinales. Si, además, requieren ingreso hospitalario, mucho peor.
- Tumores.
- Cambios sociales como depresión o ansiedad.
En el caso de personas mayores, esto no se produce.
No se conocen muy bien los motivos pero al parecer hay varios factores implicados como desajustes hormonales (incremento del cortisol que es la hormona del estrés, disminución de las hormonas sexuales como la testosterona); alteración del sistema inmunitario, acompañado de una mala alimentación o hábitos tóxicos como el tabaco.
Los mayores que no son capaces de superar el bache, cuyo cuerpo y su mente no reaccionan, acude el temido declive, que viene aparejado a:
– Pérdida de peso. Es la llamada sarcopenia porque, sobre todo, lo que se pierde es el músculo. El músculo representa el 50% del peso del cuerpo de un adulto joven. Mientras somos jóvenes, los músculos nos permiten movernos, hacer actividades de cualquier intensidad y duración.
Sin embargo, con el envejecimiento se produce una pérdida progresiva de masa muscular (sarcopenia) en cuanto a volumen y tamaño de las fibras, pero también se produce una pérdida de fuerza de las fibras que quedan. En una persona de 70 años, el músculo representa el 25% del peso corporal. La masa muscular va descendiendo un 2% cada año en las personas entre 50 y 60 años y un 3% en los mayores de esa edad. Con esa pérdida de músculo y fuerza debido a la inactividad, sedentarismo, cansancio y enfermedades que provoquen problemas físicos o de movilidad como la artrosis, a los mayores les cuesta mucho levantarse de una silla o subir escaleras.
Si hay menos músculo hay menos fuerza. A los 60 años hay un 15% menos de fuerza que a los 30; y a los 80, más del 30% de merma. Menos fuerza implica menos coordinación y más posibilidad de caerse y romperse la cadera. No se afecta todo el cuerpo de la misma manera. La zona que más músculo pierde son las piernas, más concretamente los muslos (cuádriceps). Si una rodilla no tiene un músculo de calidad que le dé soporte y estabilidad, la artrosis se abre paso a codazos, apareciendo el dolor, la limitación por la rigidez y la frustración.
Otra víctima de esa pérdida de fuerza muscular son los tendones. Si el músculo se debilita, los tendones también. Si el tendón no envía la orden de tracción sobre el hueso para provocar el movimiento, el hueso se debilita y aparece la osteoporosis. Todo va encadenado disminuyendo la actividad y la movilidad.
– Disminución de las funciones mentales. No tiene por qué ser demencia, una depresión puede valer. Al verse y ser conscientes de ese bajón, muchas personas sufren y piensan en lo que han sido y lo que son ahora. Además, recientes estudios han demostrado que cuando pasamos días y semanas sin hacer algo de ejercicio (basta con no caminar lo que solíamos, esa hora al día), se reduce el riego de zonas importantes del cerebro como es el hipocampo. Esa parte es la encargada de la memoria. Si hay un menor aporte sanguíneo, nuestra memoria y capacidad cognitiva se resentirá.
– Aislamiento social. Es lo que lleva aparejado todo lo anterior. Si hay menos movilidad y no se sale como antes, estas personas no se relacionarán con sus amistades ni familiares salvo que acudan a visitarlos. Además, el aislamiento hará que las funciones mentales también se resientan, alimentando el caldo de cultivo de la depresión y la demencia.
Todo esto puede llevar aparejada la peor de las complicaciones, la muerte. La mortalidad entre pacientes con síndrome del declive es alta.
¿Cómo detectarlo?
Hay varios signos que pueden darnos una pista:
– Pérdida de cinco kilogramos de peso o del 5% del peso corporal de la persona.
– Hay menor fuerza al dar la mano, de forma significativa respecto a la otra mano.
– Cansancio y agotamiento para actividades que antes podía desempeñar con normalidad, por ejemplo, caminar cinco metros en un tiempo igual o superior a siete segundos.
– Niveles bajos de colesterol y albúmina se detectan en los análisis de estos pacientes.
¿Cómo se combate el declive?
La respuesta es bien clara: con alimentación adecuada, ejercicio y trabajo de fuerza adaptado a cada edad. La literatura coincide de forma plena y unánime. Hay que realizar trabajos de fuerza controlados y supervisados por especialistas, al menos dos veces a la semana. Ese par de veces cada siete días está demostrado que revierte todo lo que se ha expuesto anteriormente.
Otro dato a tener en cuenta es la edad; lógicamente cuanto más joven es el paciente más pronto y en mayor cantidad se recupera de la atrofia, pero los mayores también lo hacen. No hay límite de edad para ejercitarse puesto que la ganancia y los beneficios están asegurados. Los estudios avalan que pacientes de más de 80 años se desenvuelven con mayor facilidad en su día a día en gestos tan cotidianos como subir escaleras o levantarse del inodoro.
Es importante personalizar el trabajo de fuerza conforme a la persona que hay delante, de eso no hay duda. Si ejercitamos los músculos, estos tienen memoria y se acuerdan de hacer su trabajo, no importa la edad, se pondrán a funcionar. Músculos ejercitados suponen menos dolor, menos posibilidad de diabetes, de fracturarse la cadera o de acabar en una silla o una cama.